Uno de los aspectos cruciales del desarrollo social durante los dos primeros años de vida es el desarrollo afectivo.
El apego y la amistad son los vínculos afectivos básicos, jugando el apego un rol fundamental en estos primeros años de vida.
El apego es un vínculo afectivo que establece el niño con las personas que interactúan de forma privilegiada con él, estando caracterizado por determinadas conductas, representaciones mentales y sentimientos. Conductas que intentan conseguir o mantener la proximidad con la persona a que se está apegado y conductas de interacción privilegiada: llamadas, contacto íntimo, vigilancia y seguimiento perceptivo de las figuras de apego, conductas motoras de aproximación y seguimiento,etc.
El apego supone también la construcción de un modelo mental de la relación con las figuras de apego. Los contenidos más importantes de esa relación son los recuerdos que deja, el concepto que se tiene de la figura de apego y de sí mismo, y , por último, las expectativas sobre la propia relación. Este modelo mental de la relación es construido en base a las experiencias de la relación, interpretadas por el propio niño, y está también influido por lo que los demás le transmiten. Por ello es muy importante que cada progenitor le trasmita una visión positiva del otro y que éstas sean apoyadas en la Escuela Infantil. Este modelo, por otra parte, está en estrecha relación con el desarrollo intelectual del niño, siendo primero más experimental o sensoriomotor, y posteriormente, además, representacional.
El apego es además un conjunto de sentimientos asociados a las personas con las que el niño está vinculado. La adecuada relación con las figuras de apego conlleva sentimientos de seguridad, bienestar y placer, asociados a la proximidad y contacto con ellas, y de ansiedad, cuando tienen lugar separaciones o dificultades para restablecer el contacto.
Este vínculo afectivo se forma a lo largo del primer año de vida:
- Dos primeros meses de vida. El bebé se comporta como un activo buscador de estímulos sociales, se siente atraído por el rostro, la voz, el tacto y la temperatura de las personas que le rodean; incluso asocia determinadas posturas o estímulos sociales a acontecimientos concretos como el amamantamientos, limpieza, mecimiento, etc…, pero no hay pruebas seguras de que llegue a reconocer a las personas en cuanto tales.
- Desde el segundo al sexto mes. Discrimina claramente entre unas personas y otras, y acepta mejor las atenciones y cuidados de quienes le cuidan habitualmente. Estas conductas preferenciales, no implican que se rechacen los cuidados ofrecidos por otras personas.
- Entre los seis y doce meses. Los niños no sólo ponen de manifiesto conductas de preferencia por determinadas personas, sino que ante los desconocidos reaccionan con cautela, recelo, miedo o, incluso claro rechazo. A partir de este período, cuatro grandes sistemas interactúan entre sí y mediatizan las relaciones del niño con el entorno: exploración, apego, afiliación y miedo a extraños. Las figuras de apego sirven de base de seguridad desde la que se explora el entorno físico y social; la afiliación y el miedo a extraños hacen que el niño está interesado en establecer relaciones con los demás, a la vez que se alarma si éstas no tienen lugar en situaciones adecuadas.
En el segundo año de vida el vínculo de apego se consolida, enriqueciéndose sus componentes representacionales por el desarrollo de las capacidades intelectuales. A la vez, el desarrollo de estas capacidades y la adquisición de autonomía motora, facilitan la ampliación del ambiente físico y social con el que interactúa el niño, haciendo también menos necesaria la mediación de las figuras de apego y adquiriendo, de esta forma, mayor autonomía. Dentro del ambiente familiar, el niño inicia la toma de conciencia de las relaciones entre los diferentes miembros del sistema familiar ( la participación del niño en la intimidad de la relación que vive con sus padres y posibles celos ante la llegada de un nuevo hermano).
Fuente de información:
Jesús palacios, Álvaro Marchesi, César Coll. Desarrollo psicológico y educación, I. Psicología evolutiva, ed. Alianza, p. 107-109